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Última actualización: 22 de octubre de 2025
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El código del virtuoso: domina tu mentalidad para un rendimiento extraordinario: Felipe Gómez

22 de octubre de 2025

Felipe Gómez —emprendedor, conferencista y pianista— propuso en “El código del virtuoso” una idea potente: llevar el concepto de virtuosismo, habitual en la música, al mundo de los negocios. Ser virtuoso, dijo, es cultivar virtudes (hábitos operativos buenos) y evitar sus vicios opuestos.

Para lograr un rendimiento extraordinario, planteó tres dimensiones que los grandes músicos practican a diario y que las organizaciones pueden adoptar: método, actitud y pasión.

En el método, Felipe Gómez defendió que la maestría no admite atajos. Como las escalas y arpegios de un pianista, las empresas requieren disciplina, foco y perseverancia sostenida. Invitó a recuperar la “práctica deliberada” en el trabajo: estandarizar, medir, refinar y repetir hasta elevar la excelencia operativa. Con un ejercicio coral usando “Viva la vida”, mostró cómo afinar (alinear objetivos), ampliar la voz (ambición/magnanimidad) y salir de la zona de confort mejora el desempeño colectivo.

La segunda dimensión es la actitud, que define “cómo suena tu música” ante otros. Aquí, tres virtudes dan el tono: empatía (leer al otro), servicio (actuar para ayudar) y humildad (liderar sin alarde). Con metáforas musicales —de la afinación orquestal al gesto del director que cede el aplauso a su orquesta—, subrayó que la actitud correcta amplifica la excelencia; la incorrecta la apaga. Bajó estas ideas a gestos mínimos pero decisivos: mirar a los ojos, sonreír, estar presente. Son microhábitos que abren acuerdos, bajan defensas y consolidan una cultura de servicio dentro y fuera de la empresa.

La tercera dimensión es la pasión, la ventaja competitiva menos atendida. Para demostrarla, tocó el tema de Cinema Paradiso primero como una máquina y luego “con alma”: mismo proceso, distinto impacto. Su tesis: la pasión convierte lo competente en memorable, enciende el compromiso y cataliza la innovación. Propuso cultivar un triángulo virtuoso: amor, coraje y prudencia para sostener la energía, tomar riesgos sensatos y perseverar.

La sesión hiló música e introspección: “viajes en el tiempo” al barroco y al clasicismo para responder preguntas de autocrítica; dinámicas de canto para evidenciar alineación y energía; y un cierre humanista sobre armonía vida-trabajo: escoger la música con la que llegamos a casa. El mensaje final: una organización virtuosa se construye sobre tres pilares simultáneos —excelencia operativa (método), cultura de servicio (actitud) y pasión— dirigidos por líderes que actúan como directores de orquesta: afinan, inspiran, ceden el reflector y hacen brillar al conjunto.

“Virtuosismo” no es un título; es una disciplina cotidiana. Si cada persona decide practicar mejor, relacionarse mejor y poner más corazón, el resultado es inevitable: equipos que pasan de lo correcto a lo extraordinario y negocios que, como la gran música, conmueven, movilizan y trascienden.