«Del alma al productividad»: Pepe Medina Mora

El vicepresidente del CCE, Pepe Medina Mora, presentó una conferencia que conectó ética, cultura y resultados bajo una premisa contundente: las utilidades son como respirar; indispensables, pero no el propósito. El verdadero fin —sostuvo— consiste en desarrollar personas y, como consecuencia, servir mejor al cliente, cumplir la ley (y algo más: la ética) y generar utilidades sostenibles. La prioridad que elijamos —utilidad o desarrollo— define la empresa que seremos.
Para pasar del discurso a la práctica, propuso operacionalizar los valores. Su caso “Picselín” ilustra cómo: valores con nombre y “botarga” (P-Productividad, I-Integridad, C-Confianza, S-Servicio, E-Equipo, L-Lealtad, I-Innovación), una convención anual que refuerza cada valor y una evaluación 360° que mide no sólo desempeño, sino cómo se viven los valores.
El reconocimiento, señaló, se gestiona con AROS (Arte de Reconocer a Otro): cuatro veces al año, cada persona otorga “aros” ligados a un valor; cada aro equivale a dos horas libres (acumulables en días o semanas). Con ello resolvieron fricciones cotidianas (el festival de kínder, una cita médica) y enseñaron que el buen trabajo se reconoce, no se da por hecho.
Medina Mora delineó el ecosistema de desarrollo con tres variables: compañerismo (ambiente que “se siente” al entrar), orgullo de pertenencia (ponerse la camiseta de verdad) y confianza, compuesta por credibilidad (cumplir lo que se promete), respeto (dignidad en el trato) y justicia (procesos y promociones claras).
Bajando a políticas concretas: los regalos de temporada no son del directivo, son de la empresa y se destinan a causas sociales; el lenguaje importa (colaborador, no empleado; facilitador, no supervisor; desarrollo de talento, no recursos humanos); y el gobierno corporativo se abre con opciones/acciones a valor preferencial (descuento y tenencia mínima), creando sentido de propiedad. Resultado: más de un centenar de accionistas-colaboradores y rotación a la baja por pertenencia real, no por ataduras.
En ética, fue tajante: cumplir la ley es el piso, no el techo. Con el símil futbolero (devolver el balón tras una lesión), recordó que hay jugadas “legales” pero no éticas. Poner a la persona al centro implica formación integral: intelectual (capacitación), física (salir a tiempo y hacer ejercicio), social (familia y amistades) y espiritual (servicio a la comunidad). El ejemplo en Bogotá, construyendo viviendas con TECHO, mostró cómo el voluntariado fortalece el carácter y eleva el sentido del trabajo.
La productividad, dijo, no se opone al desarrollo; nace de él. En crisis, en vez de recortes (que “lastiman el alma”), lanzaron comités internos y el concurso de ideas: 1,194 propuestas que, sumadas, ahorraron millones. Crearon la “banca” para reubicar talento y capacitarlo, en lugar de despedir. Sobre la “retención”, redefinió el enfoque: difícil entrar y fácil salir. Si alguien encuentra una mejor oportunidad, que vuele; si hicimos bien nuestro trabajo, se llevará valores y quizá vuelva como cliente o aliado.
Cerró con responsabilidad social y realismo: en un país con 36 millones en pobreza y 7 en pobreza extrema, la empresa no puede ser ajena. Compartir (incluidas las acciones) y sembrar consciencia es parte del mandato. La trascendencia —remarcó— no la logran los edificios ni las marcas, la logran las personas formadas en nuestras organizaciones. El día que un excolaborador diga “lo que aprendí ahí me sirve”, la empresa habrá cumplido su propósito “del alma a la productividad”: hacer negocios que crecen porque hacen crecer a la gente.
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