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Última actualización: 12 de abril de 2024
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¿De qué grado es la brecha de habilidades en México?

23 de junio de 2022
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Imagina que estás en una tienda de tecnología buscando una computadora para procesar grandes cantidades de información. Después de buscar un rato, le preguntas a uno de los trabajadores y te dice que por el momento no hay algo como lo que estás buscando, pero te ofrece como alternativa que adquieras una máquina de escribir, un block de hojas amarillas y una calculadora. Algo similar le está ocurriendo a las empresas, pero en vez de buscar una máquina, están buscando talento para llenar sus vacantes.

Éste es un fenómeno contradictorio, pues en los últimos 20 años, la matrícula universitaria se ha duplicado. Cada vez más personas deciden apostar por la educación profesional como la mejor herramienta para acceder a un futuro laboral más prometedor. Sus expectativas no son erróneas: de hecho, hoy en día egresar de la universidad sigue siendo la mejor manera de obtener un empleo mejor remunerado, más estable y de mayor rango y liderazgo.

El interés del capital humano en la educación profesional debería, entonces, prometer también un mejor panorama para las empresas. Un título universitario es un aval que le asegura a los empleadores que la persona que lo posee cuenta con ciertos conocimientos y habilidades especializadas en su rama, así como una colección competencias que lo cualifican para desempeñarse con éxito en un puesto. La educación le ahorra tiempo, dinero y esfuerzo a las empresas al momento de capacitar a su personal.

Sin embargo, la demanda del sector privado por habilidades profesionales se ha transformado rápidamente. Las expectativas sobre las aptitudes y destrezas con las que debían contar los trabajadores de hace una década son totalmente diferentes a las de la actualidad. Diversas organizaciones tanto públicas como privadas, nacionales e internacionales, señalan que las habilidades relacionadas con la tecnología, la programación, la computación y la gestión de datos son habilidades que se han vuelto altamente valoradas por las empresas de México y del mundo.

Mientras que los empleadores hoy se inclinan por perfiles profesionales relacionados con programas de ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM por sus siglas en inglés), los jóvenes universitarios en México aún prefieren carreras más tradicionales y menos tecnológicas. De acuerdo con Compara Carreras, una herramienta diseñada por el Instituto Mexicano para la Competitividad (Imco) que permite contrastar el panorama económico de diferentes carreras, las personas que cuentan con estudios universitarios se encuentran concentradas en pocos programas educativos como administración de empresas, derecho, contabilidad y docencia.

En este sentido, Hays México, una empresa global de reclutamiento, señala que la gran mayoría de los empleadores considera que la educación y la formación de quienes solicitan empleo es inapropiada para su sector. El hecho de que los egresados no cuenten con la serie de habilidades que son importantes para las empresas en las que se buscarán emplear más tarde los hace menos atractivos en el mercado ya que sus empleadores tendrán que invertir más tiempo y recursos en su entrenamiento y capacitación.

¿Cómo remediar esta desconexión entre las empresas y el talento? Por una parte, las universidades deben promover actividades para vincular sus programas de estudio con prácticas profesionales para que, de esta manera, se propicien sinergias que resulten en la mejor preparación de los estudiantes. Por otra parte, es crucial que las autoridades educativas continúen reforzando el sistema de certificación de competencias que avala los conocimientos adquiridos a lo largo de la experiencia profesional y también mediante cursos y capacitaciones.

Emparejar las necesidades de las empresas con la formación educativa de los jóvenes es un ganar-ganar. Tanto trabajadores como empresas se benefician del talento que se genera en las aulas, y es éste precisamente el primer paso para promover la competitividad del mercado laboral.

Con información de: El Economista